junio 01, 2010

Viajes soñados


Los sueños pueden ser mágicos, transportarnos a lugares paradisiácos, permitirnos vivir y experimentar sensaciones fuera de este mundo.
Esta vez, me llevaron a un viaje por la costa en algún lugar lejano, talvez otro continente. Es invierno, hace frío, cae una ligera llovizna y una suave bruma envuelve el paisaje. El camino bordea la montaña muy cargada de vegetación, de un verde muy oscuro, casi negro en algunos rincones.
Voy sentada junto a la ventana, en un vehículo que parece más bien un híbrido entre un tren y un teleférico. Su estructura metálica ya corroída por el tiempo, permite ver el paisaje a ambos lados de la carretera.
A mi derecha, al extender mi mano, casi puedo tocar el manto de helechos y vegetación que cubre la montaña. Siento frío, la helada brisa atraviesa mi vestimenta. Mi cuerpo queda bañado por diminutas gotas de rocío.
A mi izquierda veo la costa. La playa está desierta y deliciosamente silenciosa. Sólo se escucha el sonido de las olas que al romper con fuerza dejan una nube de espuma de un blanco perfecto. Me levanto de mi asiento para poder ver a lo lejos el horizonte y quedo extasiada por el paisaje. Siento la brisa rozar mis mejillas, siento el sonido de las olas. A lo alto, un ave vuela por los cielos.
Justo detrás de las olas, se levanta una inmensa formación de rocas. Esta muralla bañada por los rayos del sol, deja ver una asombrosa combinación de tonalidades que van del amarillo pálido al naranja intenso. Parecen brotes de fuego surgiendo del oceáno azul.
Al llegar al final de la recta por la costa, comenzamos el ascenso por el risco. Me aferro a la baranda y me vuelvo a sentar, ahora con la sensación de mariposas en el estómago provocada por la altura. El vagón sube lentamente dejándose mecer por el viento. Estoy más cerca de las nubes, y ya siento el vacío bajo mis pies.
Vuelvo mi mirada hacia abajo y veo el negro intenso de las rocas contrastar con el blanco perfecto de la espuma de las olas que rompen sobre su costado. En la cima, arde aún el reflejo de los rayos del sol.
Cierro los ojos y respiro profundo, respiro grandeza. Siento la frescura del viento en mi rostro y el calor de la felicidad en mi corazón. Llegamos a la cima, el vagón se detiene y bajamos a suelo firme.
Fue un viaje fenomenal, un regalo de la naturaleza que alimentó mi espíritu y que dejó una sonrisa en mi alma.

No hay comentarios: